El dolor más intenso
La madruga del miércoles, 8 de octubre de 2014 cumplía las 40 semanas de gestación. El sábado antes había pasado una tarde en la playa sintiendo ya contracciones leves. Esas olas fueron justas y necesarias para prepararme física y espiritualmente para la llegada de Tiago Andrés. Durante todo el embarazo no había sentido ningún tipo de dolor. Esa madrugada, a la 1:30 sentí el primero. Fue la señal, Tiago llegaría a nuestras vidas en una noche de luna llena y eclipse.
Desde los 15 años, cuando una de mis sobrinas nació en su casa con la ayuda de una partera y doulas sabía que yo también tendría a mis hijos en mi casa. Había decidido educarme para así tomar decisiones informadas en cuanto a mi proceso de preñez, durante el parto y el post parto. Para colmo, mi hermano también había tenido a su hijo en su casa. Su esposa y él recibieron a su bebé en la paz del hogar. Ellos me ayudaron a confirmar mi decisión. Cuando la vida llegara a mi vientre la pujaría sin medicinas, sin intervenciones, sin violencia y en PAZ.
A las cuatro de la mañana continuaban intensas las contracciones. Un dolor que lo recuerdo cada día y que repetiría muchas veces. El dolor más intenso. Cuando la partera llegó ya estaba en siete centímetros. ¿Se imaginan? Ya estaba a punto de parir y no lo sabía. Junto con ella llegó mi doula y cuñada. Sus masajes y palabras de paz al oído permitieron que yo no flaqueara. También llegaron el papá de Tiago y la abuela paterna. Ya en casa estaban mi mamá, mi papá, mi hermana, la fotógrafa y mi sobrina (la que nación en su hogar). La casa estaba llena de energía y de amor infinito.
Los gritos y gemidos de seguro despertaron a los vecinos. Fueron constantes desde la primera contracción hasta como las seis de la mañana, cuando ya empezaba a coronar. La cabeza peluda de Tiaguito empezaba a asomarse. Sus latidos seguían fuertes, pero yo estaba muy cansada. En mi cuarto estaban las abuelas, la partera, la doula, la fotógrafa y papá. Ellos con palabras de lucha me incitaban a seguir fuerte y valiente. El resto de la familia permanecía en la sala con los nervios a flor de piel. Era la primera vez que nacía un niño en la casa de los Morales. Alrededor de las siete de la mañana, cuando Tiago estaba a punto de salir, le pedí a la partera que permitiera a todos los que estaban en la casa entrar a mi cuarto para que fueran partícipes del nacimiento. La energía que ahí recibí dio paso al momento más vivo de mi existencia. Las caras de todos los allí presentes con lágrimas y asombro fue lo perfecto para dar los pujos fuertes y necesarios para que mi bebé saliera. A las 7:45 de la mañana nació. Tiago no salió perfecto ni fácil. Cuando salió por mi vulva me desgarró brutalmente y llegó morado gracias a dos vueltas de cordón que tenía alrededor de su cuello. La partera con todo el amor existente le quito las vueltas, lo limpio por encima y simplemente me lo entregó. El calor de mi pecho y brazos hizo que poco a poco Tiago tomara un hermoso color rosado. Fue perfecto.
Dejamos que Tiago permaneciera pegado a su placenta durante dos horas. Llegaron dos de mis hermanos con mis sobrinos pequeños. Ellos vieron cómo me cocían y me limpiaban el área. Mientras Tiago se pegaba a la teta para recibir el calostro, la primera leche que reciben los recién nacidos y que está llena de nutrientes y vitaminas. Lo preparan para la vida que le espera. Después de un baño con agua tibia me dispuse a dormir junto a mi niño hermoso, papá regresó a clases y la casa se quedó vacía. Eramos abuela, abuelo, Tiago y yo. En la paz del silencio, comenzaron mis meses de puerperio.
Foto por Migdalia Luz Barens-Vera