Tuve sexo…

Y me convertí en mamá.
Y me enamoré de mí.
Y cuestioné mi fe.
Y me mudé a Estados Unidos
Y regresé.
Y tuve sexo ocasional.
Y meses completos en abstinencia.
Me relacioné conmigo misma.
Me convertí en feminista.
Una década para encontrar mi norte o mi sur.
¿Quién sabe?
Porque fueron 10 años de cambios.
Fueron 10 años de perseguir sueños.
Lo marco como muchos marcan
el Año Nuevo.
Dejé de estar callada para gritar.
Hacerme escuchar.
Y escuchar más atenta, también.
Aprendí que no siempre tengo la razón.
Aprendí a aprender de los más jóvenes.
Aprendí que ser feliz cuesta
una que otra lágrima.
Que la familia siempre está en los
momentos más oscuros.
Aprendí a desaprender.
Acepté que el amor habita en las pequeñas cosas.
Comencé a creer que Dios
es mucho más sencillo de lo que imaginé.
Que la paciencia es el arma más fuerte
para cumplir los sueños.
Acepté que mi salud mental es igual
de importante que la física.
Que llorar es parte crucial de la sanación.
Acepté que aún me queda
mucho por sanar, por cierto.
Que hay amores que siempre se recuerdan con
mucha fuerza.

Logré verme al espejo y descubrir mis curvas.
Logré aceptar mi cuerpo joven y a aquel que
se convertía en madre.
Logré amar y perdonar.
Logré aceptar mis procesos.
Logré ver belleza en todas y todos.
Descubrí amigas para toda la vida,
con pensamientos y creencias diferentes,
pero tan iguales a la misma vez.
Descubrí que es mejor estar juntas.
Descubrí que las injusticias se pelean.
Descubrí que la cerveza me encanta.
Y que las mimosas alegran el alma.
Descubrí que probar comida nueva
te renueva.
Descubrí música que me eriza la piel.
Y lloré con la ganacia más grande, mi hijo.
Y lloré la pérdida más fuerte, mi padre.
Y abracé a mi madre como nunca.
Comprendí que tenemos procesos únicos, porque el dolor es individual.
Por eso, intento ser más empática y
abrazar y sostener.
Y llegué a los 30.